IMPLICACIONES DE LAS ELECCIONES ALEMANAS PARA EL FUTURO DE EUROPA: NOSTALGIAS E INCERTIDUMBRES

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7 octubre 2021 Érika Ruiz Sandoval

Ha corrido mucha tinta para tratar de comprender qué significa el final de la era Merkel para Alemania y para Europa. Para no cometer injusticias en comparaciones imposibles ni caer presos de la nostalgia o, peor aún, del miedo al porvenir, habría que partir de tres premisas.

La primera tiene que ver con la propia Alemania. El país que votó el 26 de septiembre es resultado de dieciséis años de Merkel, con sus altas y sus bajas, pero también de muchos factores más. La segunda tiene que ver con la Europa integrada y el papel de Alemania en ella, pero, sobre todo, con la naturaleza de ese proceso de integración y su capacidad para avanzar, gracias a –o a pesar de– los liderazgos personales. Finalmente, hay que considerar que el futuro de Alemania, al igual que el del resto de los actores, dependerá de factores y tendencias que rebasan, por mucho, a los partidos alemanes o a las inercias europeas, y sobre las que ningún actor, por poderoso que sea, tiene control absoluto.

La retrospección cuando un líder prominente se retira de la arena política, especialmente si pasó muchos años al timón del proyecto nacional, tiende a ser muy injusta. Las semblanzas publicadas sobre Merkel necesariamente la infravaloran y también exaltan de más sus aciertos y virtudes. Lo que para unos fue una líder voluble, de opiniones cambiantes y sin solidez de convicciones, para otros fue un ejemplo de pragmatismo y adaptabilidad, dialogante y razonable. Para unos esperó demasiado tiempo para marcharse; para otros, se retira demasiado pronto. Al final, queda una Alemania marcada por la gestión de Merkel, con todos sus claroscuros, que cambió en los últimos dieciséis años. Quien ocupe la silla que deja Merkel tendrá que hacerse de un lugar propio y no podrá confiarse demasiado en el prestigio con el que se retira la canciller y tampoco creer que puede reinventar la rueda.

Con respecto a Europa, Merkel deja una impronta significativa, pero tampoco nunca vista si se mira la que dejaron otros grandes liderazgos alemanes del pasado, incluida la de Helmut Kohl, mentor de Merkel. En ocasiones, fue buena navegante en aguas turbulentas y le dio a la Unión Europea (UE) una suerte de anclaje para no dejar que el proyecto flotara a la deriva. Sin embargo, quizá lo más destacado de Merkel es que entendió que ese proceso de integración tenía unas instituciones, unos ritmos y unas inercias propias y no buscó perturbarlos con un liderazgo avasallador. Durante la era Merkel, no se pensó en una Europa alemana, sino en una Alemania europea y ese ya es un logro más que sustantivo.

La partida de Merkel no sumirá al proyecto europeo en una crisis existencial, como no lo han hecho todas las demás turbulencias de las últimas fechas, incluido el brexit. A veces se olvida que este ejercicio de integración se creó justo para enfrentar las crisis europeas y que, hasta ahora, la UE siempre ha salido de ellas y, a veces, hasta fortalecida. En términos prácticos, Merkel deja un legado importante para Europa, pues la presidencia alemana del Consejo de la UE de la segunda mitad de 2020 sentó bases sólidas para que el bloque enfrente el mundo pos-COVID-19 adecuadamente. Europa tiene una clara apuesta de futuro y ha entendido, quizás en parte gracias a Merkel, que habrá que salir de la zona de confort y tomar decisiones sin precedente si quiere tener un lugar en la nueva configuración geopolítica.

Alemania ha tenido unas elecciones acordes a los tiempos que corren: habrá que trabajar mucho y llegar a acuerdos y pactos para poder formar gobierno. Se hablará de la era Merkel durante mucho tiempo, pero también hay que mirar hacia adelante y confiar en que las instituciones alemanas y europeas están listas para enfrentar los retos que vengan, incluso si ya Frau Merkel no está ahí para guiarlas.

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